Una patria por opción llamada ARTE
Por Pat Binder
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Nuestro mundo progresa vertiginosamente en dirección a un futuro expatriado (Vilém Flusser). Sobre esta autopista de la historia no parece haber retorno. Sin embargo somos precisamente nosotros, los migrantes, los prototipos de esta época, los que más nos resistimos a esta visión de futuro. La patria perdida es reconstruida por todos los medios o preservada en desesperados sueños. O, por el contrario nos obsesionamos en encontrar la patria ideal, a cualquier precio. En uno u otro caso sucede a menudo que nos perdemos a nosotros mismos.

Mis abuelos también fueron migrantes. Vinieron de Transilvania y del Banat, hogares fundados y abandonados por migrantes, patrias que hoy hace rato ya no existen como tal, luego de una azarosa historia de hegemonías sucesivas, como la húngara, turca, austríaca, húngara nuevamente y finalmente rumana o yugoslava. Mi abuelo Geidenecker emigró a la Argentina para no hacer el servicio militar bajo autoridad serbia. Antes de partir hizo certificar su »alemanidad« por el Círculo Cultural suabo - alemán de la ciudad de Neusatz (Novi Sad). Mi abuela Binder, de soltera Kirr, recién resignó su ciudadanía rumana en favor de la argentina para visitar a su madre en Rumania por primera vez luego de 30 años. De haber viajado en ése momento con un pasaporte rumano no la hubieran dejado salir nuevamente de aquél país.

Yo nací en la Argentina, cursé mis estudios y encontré allí mi lenguaje artístico. Pasé mi infancia al borde de la monstruosa Buenos Aires, en un espacio geográfico intermedio, que limitaba hacia un lado con una bulliciosa masa de concreto y que en el otro se deshacía en la inmensa soledad patagónica. Desde un punto de vista existencial fue para mí también un espacio intermedio, entre la apasionada y caótica superficialidad latina y la inhibitoria y prolija profundidad alemana. Luego de una educación liberal y creativa fui a parar sin saber, durante aquél intermezzo histórico, bajo el régimen de una educación artística académico-militar.

Absolví mi estudio de pintura cuando el país retornaba dolorosamente a la democracia. Me quité el miedo como un pesado abrigo de invierno: por fin podíamos expresarnos nuevamente o quizás por primera vez en libertad, pero yo misma me sentía paralizada. Cómo es que habíamos podido vivir tan ciegos sordos y mudos mientras día a día desaparecían cientos de personas de nuestro entorno cotidiano? Desde mi estudio de Bellas Artes odio todo lo que tenga que ver con un »mundo pintado«. Recién dando clases de educación artística resurgió en mí la alegría creativa y encontré un lenguaje para poder hablar sobre lo ocurrido.

Luego me fuí del país, primero al Canadá, para un estudio de capacitación. Una mezcla de destino y decisiones personales me llevaron a continuación por un rato a Alemania, posteriormente a Inglaterra y ahora a Suiza. La primer experiencia de desarraigo fue muy dolorosa porque las incontables raicillas, delgadas como cabellos, que estaban apegadas a la fértil y húmeda tierra pampeana, fueron arrancadas violentamente. Cuando sanó la herida las raíces no penetraron en nuevos suelos, sino que se desarrolló en mí una especie de raíz aérea, con la capacidad de nutrirse espiritualmente de todo lo que con ella entra en contacto sin aferrarse a nada. En cuanto a mi status legal fueron los suizos los que pudieron ponerlo sobre el papel, en armonía con mi estado existencial. Desde que vivo en Zürich poseo un documento que certifica que mi identidad es extranjera, que pertenezco a un extraño país llamado »Auslandia«. Ni siquiera me suena tan mal, si es como decir Islandia o, para el caso también Disneylandia. Pero, para más de uno, esto sólo significa estar »afuera«, estar »out«.

Migración es una actividad creativa, dice Vilém Flusser. Pero, al mismo tiempo, es un tormento. También lo siento así, no sólo por el dolor del desarraigo. Como extranjero en el extranjero uno descubre ante todo lo extraño en sí mismo. La sobreentendida identidad se hace añicos: quién soy? Cómo me entiendo? Soy de verdad diferente? En qué se basa esa otredad? Para evitar el dolor de seguir quebrándonos en pedazos, tendemos a aceptar roles o llevar máscaras, que aparentan ser sustento de identidad, pero que son en realidad lo que confirma los prejuicios y fantasías de los otros Otros. Es así como nuestras muletas se convierten de pronto en vallas sobre la pista en que debe correr la comunicación. Es aquí también en donde renegamos de nosotros mismos.

Al comienzo de mi vida nómade concentré todo mi interés en los distintos mundos en los que debía hallarme. En mi trabajo intentaba hacerme una imagen de ellos. Especialmente la forma en que hacemos inhabitables estos mundos me preocupaba de sobremanera y me seguirá estremeciendo, aún cuando aquella mirada arrojada hacia afuera en el último tiempo se haya vuelto hacia mí como un bumerang. Es porque he comprendido, que la identidad en la que me reconocía se me ha vuelto extraña, siniestra. Quizás hace rato que esto sea así, sólo por hábito no me había dado cuenta, o por miedo al vacío o por aferrarme a la seguridad que una imagen firme, había remendado continuamente las porosas zonas de mi yo. Mi trabajo artístico las ha desnudado, desgarrado y esparcido. Con algunos de estos fragmentos pueda quizás hoy comenzar algo.

Publicado en:
Pat Binder: Zapping. Institut für Auslandsbeziehungen, Berlín 1996, páginas 6 - 7
Catálogo de la exposición en la galería del ifa (Instituto para Relaciones con el Exterior) Berlin, 22 de marzo - 5 de mayo de 1996
©  Pat Binder