En Londres tuve la extraordinaria oportunidad de trabajar en una fábrica abandonada contigua al edificio de mi atelier. Había sido una lavandería industrial, cuya sala principal con grandes ventanales de arco respiraba una atmósfera sacral. En el centro de este espacio descubrí al descorrer unas pesadas placas de metal que estaban sobre el suelo, un largo canal en forma de T. El canal se había llenado de aceite negro, seguramente cuando cortaron los caños para desmontar los enormes tanques en donde era calentada el agua para la lavandería. Me fascinó el hecho de que aquél templo de limpieza hubiera producido tal inmundicia y me incitó a una serie de obras en las que tematicé entre otras, ideas políticas, ecológicas y estéticas y religiosas. Un testigo anónimo de mis experimentos me denunció a la policía por práctica de rituales satánicos.

En una forma de trabajar como ésta, que abarca a nivel artístico lo destructivo como elemento de un principio constructivo y que celebra la actividad creadora como proceso en sí, no sorprende que haya dado lugar a interpretaciones erróneas. [...] En el solitario retiro de la amplia sala central y recintos adyacentes adquirió la artista, a través de la manipulación de numerosos objetos reducidos a deshecho, una nueva sensibilidad de espacio y de combinación de materiales...
(G.H.)